Bukele y Trump: Expertos advierten sobre el envío ilegal de migrantes
En un desarrollo controvertido y cargado de tensión judicial, la administración del presidente Donald Trump ha generado un escándalo internacional al deportar a 238 migrantes venezolanos, presuntos miembros de la pandilla criminal conocida como “Tren de Aragua”, a El Salvador, a pesar de una orden judicial que prohibía temporalmente estas deportaciones.
Desafío a la Orden Judicial
La polémica comenzó cuando el juez federal de distrito James E. Boasberg emitió una orden el sábado por la noche, bloqueando las deportaciones bajo la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798, una legislación centenaria que solo se ha utilizado tres veces en la historia de Estados Unidos. Esta ley, originalmente diseñada para tiempos de guerra, fue invocada por Trump para justificar las deportaciones rápidas de los migrantes[2][3][4].
Boasberg argumentó que la ley no se aplicaba en este contexto, ya que no se trataba de actos hostiles perpetuados por otro país equivalentes a una guerra. A pesar de esto, la administración de Trump procedió con las deportaciones. Cuando el juez ordenó verbalmente que los aviones regresaran a Estados Unidos, esta directiva no se incluyó en su orden escrita, lo que permitió a los aviones continuar su ruta hacia El Salvador[1][3][4].
Reacciones y Críticas
La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, negó que el gobierno hubiera desobedecido la orden judicial, argumentando que la orden se emitió después de que los migrantes ya habían sido retirados del territorio de Estados Unidos. Sin embargo, expertos como Steve Vladeck, profesor de derecho en la Universidad de Georgetown, indicaron que el gobierno de Trump claramente violó el “espíritu” de la orden judicial[1][3][4].
El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, aliado de Trump, se burló de la situación en las redes sociales, publicando “Oopsie… Too late” (Ups, demasiado tarde) junto con un emoticono de una cara riéndose a carcajadas, después de que los migrantes llegaran a su país. Bukele había acordado albergar a unos 300 migrantes durante un año a un costo de 6 millones de dólares en las prisiones de su país[1][2][3].
Condiciones de Reclusión y Derechos Humanos
Los migrantes fueron trasladados al Centro de Confinamiento para Terroristas (Cecot) en El Salvador, una prisión de máxima seguridad con capacidad para 40.000 reclusos. Las condiciones de reclusión en este centro han sido denunciadas por diversas ONG por violar los derechos humanos. Los migrantes fueron sometidos a un riguroso proceso de ingreso, incluyendo el afeitado de la cabeza y el uso de uniformes completamente blancos antes de ser colocados en celdas[1][2][3].
Implicaciones Internacionales y Reacciones
La deportación ha generado una fuerte reacción internacional. El gobierno de Venezuela calificó el traslado de migrantes como “secuestros” y planea impugnarlo como “crímenes de lesa humanidad” ante las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales. También acusó a El Salvador de sacar provecho de la difícil situación de los migrantes venezolanos[2][4].
Familiares de algunos de los migrantes venezolanos han expresado su preocupación y confusión, ya que varios de los detenidos no tienen pruebas que demuestren su pertenencia a la pandilla. Un caso destacado es el de Franco Caraballo, detenido durante un control de rutina y acusado injustamente de pertenecer a la pandilla debido a un tatuaje. Su abogado y familia han perdido contacto con él después de su deportación[4].
Contexto y Antecedentes
La operación forma parte de la larga cruzada de Trump contra la inmigración ilegal en Estados Unidos. En enero, Trump firmó una orden ejecutiva que declaraba a Tren de Aragua y MS-13 como organizaciones terroristas extranjeras. Aunque Trump prometió durante su campaña llevar a cabo la mayor operación de deportación en la historia de EE.UU., los números de deportaciones en febrero de 2025 fueron menores en comparación con el mismo mes del año anterior durante la administración de Joe Biden[2].
El secretario de Estado, Marco Rubio, quien negoció el acuerdo con Bukele para encarcelar a los migrantes, defendió la operación argumentando que se trataba de “malas personas” y que el acuerdo con El Salvador ahorraría dinero a los contribuyentes estadounidenses[1][2][3].
La tensión entre la administración de Trump y el sistema judicial continúa, con el Departamento de Justicia apelando la decisión de Boasberg y argumentando que un juez federal no tiene la autoridad para determinar cómo el presidente puede defender al país bajo la ley invocada[3][4].
Este incidente ha resaltado las profundas divisiones y conflictos legales en torno a las políticas de inmigración de la administración Trump, y ha generado un intenso debate sobre la legalidad y la moralidad de tales acciones.